viernes, 23 de agosto de 2013

Estoy muerto, en Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk

Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo pero, exceptuando al miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido. En cuanto a él, ese repugnante villano, escuchó mi respiración y comprobó mi pulso para estar bien seguro de que me había matado, luego me dio una patada en el costado, me llevó hasta el pozo, me alzó por encima
del brocal y me dejó caer. Mi cráneo, que antes había roto con una piedra, se destrozó al caer al pozo, mi cara, mi frente y mis mejillas se fragmentaron hasta el punto de desaparecer; se me rompieron los huesos, mi boca se llenó de sangre.
Llevo cuatro días sin volver a casa: mi mujer y mis hijos deben de estar buscándome. Mi hija, agotada de tanto llorar, estará vigilando la puerta del jardín; todos estarán en el umbral con la mirada en el camino.
Tampoco sé si realmente están en la puerta. Quizá ya se hayan acostumbrado a mi ausencia, ¡qué espanto! Porque cuando uno está aquí tiene la impresión de que la vida que ha dejado atrás sigue adelante como solía. Antes de que naciera había a mis espaldas un tiempo infinito. Y ahora, después de muerto, ¡un tiempo inagotable! No pensaba en eso mientras vivía; vivía rodeado de luz entre dos tiempos oscuros.
Era feliz, creo que era feliz; ahora lo comprendo: yo era quien hacía las mejores iluminaciones del taller de Nuestro Sultán y no había nadie cuya maestría se aproximara siquiera a la mía. Con los trabajos que hacía fuera conseguía novecientos ásperos al mes. Por supuesto, eso hace que mi muerte sea aún más insoportable.

Fragmento de Boquitas Pintadas, de Manuel Puig

– ¿Se puede? el estómago se me revuelve
– Sí, pase por favor. La estaba esperando, qué arreglada se vino la petisa
– Qué lindas tiene las plantas… pero la casa da asco
– Es lo único que me daría lástima dejar, si me voy de Vallejos… ¿qué mirás tanto los mosaicos rotos del piso? se vino impecable, la lana del tapado es cara, el sombrero de fieltro
– Qué frío hace ¿no? no tiene estufa, esta orillera
– Sí, perdone que esta casa es tan fría, venga por acá que pasamos a la sala, vas a encontrar mugre si sos bruja… fijáte qué limpieza
– Mire, a mí no me importa ir a la cocina, si está más calentito… no tiene estufa, ya se le cayó la papada, debe tener cuarenta y cinco, y los ojos bolsudos
– Bueno, si no le importa vamos, está todo limpito, por suerte, te creías que me agarrabas con todo sucio ¡enana sos! ¡enana! por más que te pongas sombrero para alargarte
– ¿Le traga mucha leña esta cocina? la debe refregar todo el día, la orillera ésta
– Y, bastante, pero como me la paso acá todo el día, no importa, sí, soy sencilla ¿y qué te importa?
– ¿Recibió carta de su hija? la gorda
– Sí, está lo más bien, gracias, pescó marido, no como vos
– ¿Dónde es que se fue a vivir, a Charlone? cuatro ranchos perdidos entre la tierra

Bares, de Nicolás Guillén, en La paloma de vuelo popular

Amo los bares y tabernas
junto al mar, 
donde la gente charla y bebe 
sólo por beber y charlar. 
Donde Juan Nadie llega y pide 
su trago elemental
y están Juan Bronco y Juan Navaja 
y Juan Narices y hasta Juan 
Simple, el solo, el simplemente 
Juan. 

Allí la blanca 
ola bate de la amistad; 
una amistad de pueblo, sin retórica, 
una ola de ¡hola! y ¿cómo estás? 
Allí huele a pescado, 
a mangle, a ron, a sal 
y a camisa sudada puesta a secar al sol. 

Búscame, hermano, y me hallarás 
(en La Habana, en Oporto, 
en Jacmel , en Shanghai) 
con la sencilla gente 
que sólo por beber y charlar 
puebla los bares y tabernas 
junto al mar.

miércoles, 9 de enero de 2013

Sobre la voluntad en la naturaleza, de Arthur Schopenhauer

El rasgo fundamental de mi doctrina, lo que la coloca en contraposición con todas las que han existido, es la total separación que establece entre la voluntad y la inteligencia, entidades que han considerado los filósofos, todos mis predecesores, como inseparables y hasta como condicionada la voluntad por el conocimiento, que es para ellos el fondo de nuestro ser espiritual, y cual una mera función, por lo tanto, la voluntad del conocimiento. Esta separación, esta disociación del yo o del alma, tanto tiempo indivisible, en dos elementos heterogéneos, es para la filosofía lo que el análisis del agua ha sido para la química, si bien este análisis fue reconocido al cabo. En mi doctrina, lo eterno e indestructible en el hombre, lo que forma en él el principio de vida, no es el alma, sino que es, sirviéndonos de una expresión química, el radical del alma, la voluntad. La llamada alma, es ya compuesta; es la combinación de la voluntad con el nouz, el intelecto. Este intelecto es lo secundario, el posterius del organismo, por éste condicionado, como función que es del cerebro. La voluntad, por el contrario, es lo primario, el prius del organismo, aquello por lo que éste se condiciona.

martes, 8 de enero de 2013

Micromegas, de Voltaire


Capítulo 1.– Viaje de un habitante de la estrella Sirio al planeta Saturno
Había en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, a quien tuve la honra de conocer en el postrer viaje que hizo a nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas. Tenía ocho leguas de alto, quiero decir, veinticuatro mil pasos geométricos de cinco pies cada uno.
Algún matemático, casta de gente muy útil al público, tomará la pluma en este trance de mi historia y calculará que teniendo el señor Micromegas, morador del país de Sirio, veinticuatro mil pasos, desde la cabeza a los pies, que hacen ciento veinte mil pies, y nosotros, ciudadanos de la Tierra, no más por lo común de cinco pies, y midiendo la circunferencia de nuestro globo nueve mil leguas, es absolutamente preciso que el planeta donde nació nuestro héroe tenga cabalmente veintiún millones y seiscientas mil veces más de circunferencia que nuestra minúscula Tierra. Nada más natural. Los Estados de ciertos príncipes de Alemania o de Italia, que pueden andarse en media hora, comparados con Turquía, Rusia o China, son un ejemplo muy pálido de las diferencias que la naturaleza ha establecido en todas las cosas.
Siendo la estatura de Su Excelencia la que llevamos dicha, convendrán todos nuestros pintores y escultores que su cintura podría medir unos cincuenta mil pies de circunferencia, lo que revela una bella figura. Su entendimiento era de los más perspicaces; sabía muchas cosas y otras las inventaba; apenas frisaba en los trescientos cincuenta años y siendo estudiante de un colegio de jesuitas de su planeta, descubrió a fuerza de inteligencia más de cincuenta proposiciones de Euclides, dieciocho más que Blas Pascal el cual, luego de adivinar como quien juega (según dijo su hermana), treinta y dos, llegó a ser, andando los años, un geómetra muy mediocre y un pésimo metafísico.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Un modelo de agricultor, de Jules Renard

El combate parecía terminado, cuando una última bala -una bala perdida- vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.

Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.

Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar